Gluck

Extraido y editado de Hispavista

Nacido en Eresbach, un pequeño pueblo cerca de Neumarkt en el Alto Palatinado junto a la frontera con el Imperio Austro-Húngaro, en 1714, su idioma materno era el checo.  Gluck era hijo de un inspector forestal (no un humilde  guardabosques como muchas veces se ha dicho), si bien es cierto que su infancia, que no conocemos muy bien,  no debió ser nada fácil. Su educación musical la recibió como «niño cantor» en un convento de Bohemia, donde aprendió también a tocar el violonchelo.

Mostrando una determinación fuera de lo común, abandonó el hogar a los 15 años de edad para estudiar música en Eisenberg. Un vez se reconcilió con sus padres, realizó estudios universitarios de música y filosofía en Praga, mientras para ganarse la vida trabaja como organista de iglesia y recorre las aldeas como músico ambulante. Se interesó por la ópera asistiendo con frecuencia a las representaciones del Teatro de Praga. Tras finalizar sus estudios, viajero incansable, pasó dieciocho años recorriendo Europa.

Su interés por la música le llevó a Viena en 1736 durante algún tiempo fue músico de cámara al servicio del príncipe Ferdinand Lobkowitz, padre del patrón de Beethoven. Su estancia en capital le proporcionó numerosos contactos con gente destacada. En la Viena de entonces el emperador Carlos VI, el que luchó contra Felipe V durante la guerra de Sucesión española, había impuesto su gusto por la ópera italiana. Este ambiente influenció notablemente sobre el joven Gluck, deseoso de trasladarse Italia para estudiar.

La protección de un noble lombardo, el príncipe Antonio Maria Melzi, que disponía de una de las mejores orquestas del mundo,  le permitió trasladarse a Milán en 1737 donde completó su formación musical. Fue discípulo durante cuatro años de Giovanni Battista Sammartini, éste le enseñó  el nuevo estilo instrumental italiano así como todos los secretos de la ópera italiana. Estrenó allí sus primeras óperas- su debut fue en 1741 con la ópera Artaserse en el Teatro Ducal de Milán-, con sus primeras obras italianas alcanzó pronto una notable fama, seguramente por su estilo algo más sobrio de lo común, en contraste con los excesos de los autores tardo-barrocos que entonces dominaban el panorama operístico. Por desgracia, sólo ha llegado a nuestros días algunos fragmentos de sus primeras óperas.

Marchó después a Londres, donde conoció a Händel con quien no congenió, se dice que éste llegó a decir:  “no sabe este joven más de contrapunto que mi cocinero”. Según parece esta anécdota es falsa, sin embargo, es cierto que Händel intentó influir en su estilo. Gluck admiraba a Händel, según el cantante irlandés Michael Kelly, siempre se refería a él como “el maestro de nuestro arte”. Compuso un Pasticcio para la inauguración del Haymarket Theatre (La caduta dei giganti, 1745), este título no tuvo éxito, probablemente porque la reciente rebelión jacobita a favor de los Estuardo católicos hacía impopulares a los italianistas, a quienes se veía como papistas camuflados.

Más tarde estuvo en Dinamarca como director de orquesta de una compañía teatral italiana propiedad del empresario veneciano Pietro Mignotti, presentando producciones propias que alcanzaron un cierto éxito. En Copenhague presentó la ópera titulada La contesa de’Numi (La lucha de los dioses) para celebrar el nacimiento del heredero al trono danés, el fututo Cristián VII, nacido en 1749.

Finalmente regresó a Viena en 1750, donde contrajo matrimonio con Marianne Perguin, joven dama de dieciocho años, cuya inmensa fortuna, procedente de un imperio comercial y  bancario, le permitió trabajar a gusto, sin verse presionado por las exigencias económicas ni por los imperativos de los empresarios. El matrimonio fue armonioso aunque sin hijos, más tarde adoptarían a una sobrina, Marianna.  La fama de Gluck ya era considerable en Europa, recibía encargos del extranjero, como el que le llegó de Nápoles en 1752, para celebrar la onomástica del Rey Carlos – el futuro Carlos III de España – Gluck compuso para la ocasión La Clemenza di Tito, con libreto de Metastasio. Este mismo texto, someramente modificado por Mazzolà y el propio Mozart, fue utilizado casi cuarta años después por el genio de Salzburgo.

En 1754 fue nombrado maestro de teatro de la corte al servicio de la emperatriz María Teresa y, además, profesor de música de sus hijos, entre ellos María Antonieta, futura reina de Francia. Gluck fue muy alabado por sus coetáneos, incluso la aristocracia, su título de Real e Imperial Director de Orquesta de la Corte fue un honor que tras su muerte no se ha otorgado ya a nadie más, ni siquiera a Mozart, quien tuvo que contentarse con el título de Real e Imperial compositor de cámara.

En 1756, durante su estancia en  Roma es nombrado caballero de la Orden de la Espuela de Oro  por el papa Benedicto XIV con motivo del éxito alcanzado por su ópera Antigono en la ciudad. Sin embargo, su situación privilegiada constituyó para Gluck un motivo de reflexión sobre su carrera musical y fue un estímulo para renovar su personalidad artística.

En la corte de Viena tuvo la oportunidad de entrar en contacto con la ópera francesa, atrayéndole la solemnidad de las tragedias líricas antiguas y la sobriedad vocal. En este período experimentó con el estilo francés y compuso títulos como L’ivrogne corrigé (1760), Le Cadi dupé (1761), así como un ballet al estilo francés, Don Juan (1761).

n esta época tuvo relación con el libretista italiano Ranieri Calzabigi, que pretendía hacerse un nombre en la corte vienesa desplazando al entonces libretista oficial Pietro Metastasio. Era éste el más famoso autor de su tiempo pero su obra estaba vinculada a la creación barroca; Calzabigi, influido por las corrientes neoclásicas estaba dispuesto a introducir cambios en la ópera, buscando un contenido musical más unitario y menos sujeto a la dictadura de los cantantes.

Calzabigi,  no era solamente un hombre de letras y traductor de obras francesas, sino también un negociante y aventurero. Acusado de un asesinato en Italia, se fugó a París donde organizó, junto con su famoso amigo Casanova, una Lotería del Estado, protegido por la igualmente famosa madame Pompadour. La empresa fracasó y Calzabigi huyó a Viena. Allí conquistó en poco tiempo la confianza de gente influyente y fue nombrado Consejero de la Cámara de Comercio de Holanda que funcionaba en Viena.

Gluck y Calzabigi decidieron realizar una experiencia nueva con una ópera de circunstancias que debía representarse para celebrar onomástica del emperador consorte Francisco de Austria, eligiendo como tema la historia de Orfeo, pero presentada de un modo especialmente sobrio e introduciendo en la narración dramática el coro, con el fin de acercar la ópera al teatro griego original (idea netamente neoclásica). La eliminación del recitativo “seco”, sustituido por el recitativo acompañado por la orquesta, fue otra importante aportación a la continuidad narrativa de la música. También era necesario dotar a la obra de un final feliz, lo habitual en la época.

Orfeo ed Euridice fue presentada en la corte de Viena el 5 de octubre de 1762 y constituyó un éxito, el dulce belcanto había evolucionado hacia una expresión más dramática, surgiendo una nueva gramática músico-dramática. Sin embargo los principios de la reforma operística no fueron comprendidos por lo que, cuando se reprodujo la ópera en otros teatros, especialmente en Italia, se le añadieron arias de lucimiento para cantantes, desvirtuando así la idea original de sus creadores. El papel del conturbado cantor de Tracia estaba preparada para voz del castrado Guadagni.

Gluck y Calzabigi emprendieron una nueva ópera “reformada” con Alceste (1767), y para evitar la incomprensión de sus intenciones hicieron preceder la partitura de una explicación, un verdadero “manifiesto” del propio Gluck; era la primera vez en la historia de la música en la que un compositor explicaba al público el sentido de su obra y sus propósitos al realizarla “la semplecità, la verità e la naturalezza”. Modestamente, Gluck atribuía el mérito de la reforma al libretista Raniero de Calzabigi. Junto a ellos trabajó también en esta obra el reformista del ballet Jean Georges Noverre.

Un tercer intento de reforma operística lo constituyó su siguiente título conjunto: Paride ed Elena (1770).

Uno de los discípulos que tenía Gluck fue el joven Antonio Salieri, éste estaba muy influenciado por las ideas reformadoras de su maestro.

Se ha atribuido a Gluck una cierta indiferencia hacia la reforma operística por el hecho de que en estos años escribió óperas de corte tradicional, pero lo cierto es que el compositor no había desistido de su intento y, viéndose poco comprendido en Viena, decidió trasladarse a París, donde contó con la protección de su antigua alumna María Antonieta, ahora Delfina de Francia y pronto reina.

Gluck logró, gracias al apoyo de María Antonieta, que la Ópera de París, siempre celosa por mantener invariables las tradiciones operísticas francesas, aceptara sus creaciones siempre que estuvieran escritas sobre texto en francés. De este modo pudo estrenar en abril de 1774,  su nueva aportación a la ópera neoclásica, Iphigénie en Aulide, que sólo fue aplaudida por el apoyo incondicional que le prestó la reina, iniciando las ovaciones.

Sin embargo, sus producciones posteriores acabaron por ganar el apoyo de un sector del público. Gluck no escatimó esfuerzos por demostrar que sus creaciones venían a inscribirse en la tradición francesa; polemizó sobre la reforma de la ópera en el Mercure de France.

Presentó sus óperas italianas remodeladas y traducidas al francés: así aparecieron en la Opera de París Orphée (1774), sustituyendo el papel de Orfeo por un tenor y dotando a la obra con un extenso ballet, y Alceste (1776). Para reafirmar su cercanía al modelo francés, compuso su Armide (1777) sobre el mismo texto de Quinault que había utilizado Lully un siglo antes.

En París las creaciones de Gluck suscitaron una amplia polémica entre los partidarios de la renovada tradición francesa y los defensores de la ópera italiana, que eran muchos y contaban con el apoyo de los enciclopedistas. Según éstos, la única “actitud progresista” en materia de música era la aceptación de la superioridad de la ópera italiana, según Rosseau era un hecho  doloroso pero innegable que la lengua francesa era inadecuada para la ópera.

El 31 de diciembre de 1776 llegó a París, reclutado por el bando italianista, el compositor napolitano Niccolo Piccinni, universalmente famoso desde que había compuesto su célebre ópera La buona figliuola (1760), que había hecho reír, llorar y cantar a media Europa. Estas cuestiones apasionaban al público francés, habituado ya a enfrentamientos de tema musical y operístico.  Ahora se trató de la guerra entre “Gluckistes” y “piccinnistes” apareciendo gran cantidad de opúsculos y panfletos a favor y en contra de la ópera francesa representada por Gluck.

A pesar de que ambos compositores rechazaron enfrentarse y mantuvieron una relación cordial, se suscitó una fuerte polémica cuando recibieron el encargo de escribir una ópera sobre el mismo tema: Iphigénie en Tauride. El primero en estrenarla fue Gluck, en mayo de 1779, con un rotundo éxito. Esta obra está considerada por muchos como su testamento musical, incluso como su mejor obra. Por ejemplo un jovencísimo Hector Berlioz, fue tras oír esta obra cuando decidió dedicarse a la música.  Cuando Piccinni logró presentar su Ifigenia, dos años más tarde, la pasión había cedido y su producción no logró jamás ocupar el lugar de la de Gluck.

En 1784, consiguió que su antiguo alumno Antonio Salieri estrenara en París su mejor obra, Les Danaïdes, se dice que al principio Gluck fingió ser el autor. Esta ópera tiene el estilo noble característico de las obras glukianas.

Su último trabajo parisino, Echo et Narcisse,  no tuvo el éxito esperado. Ello se debió, en parte a la debilidad del libreto del Barón von Tschudi. Gluck, decepcionado por la pobre recepción  y alarmado por un ataque de apoplejía, se retiró Viena, donde ocupó nuevamente un cargo en la corte. Fue amigo de Leopold y Wolfgang Amadeus Mozart en los últimos años de su vida.

En Viena, Gluck realizó una versión en alemán de Iphigénie en Tauride con libreto de von Alxinger. Murió de un segundo ataque de apoplejía después de desafiar a su médico que le había prescrito la bebida, el 15 de noviembre de 1787.